Cuando nos ponemos “viejas”

Foto de Ali Lander-Shindler/ Unsplash

Hace tiempo no sabíamos de Ivonne. Pero hoy nos regala sus pensamientos, sus dudas, sus tristezas, sus realidades. Hoy nos trae una reflexión descarnada de la mujer que envejece: “la mujer mayor se convierte en el espejo de lo que el hombre quiere no ver, su propia vejez. La crueldad con la que la mujer mayor es tratada, es la otra cara de la objetivación del cuerpo de la mujer joven. Ambas son expresiones machistas y reflejo de un sistema opresivo y cruel, el patriarcado”.

 

Sé que quiero hablar sobre esto. Sí, quiero escribir sobre cómo se vive y cómo se siente ser mujer y tener 66 años de edad. Quiero escribir sobre toda esa emoción que llevo escondida y sumergida en lo más íntimo y que tanto duele.
Estoy “vieja”.

Esa realidad de estar “vieja” se ve y se aprende sin piedad. Todo y todos, te lo dicen a cada momento. Todo te señala como la mujer mayor. Ah, y no solo se refiere a la edad. La edad trae además consigo el estereotipo, nuestra desvalorización y las implicaciones sociales y sexuales de estar “vieja”.

Foto de Cristian Newman/ Unsplash

Siento que tengo que recoger en palabras toda esta experiencia de ser mujer mayor, y envolverlas en la emoción que quiere estallar en mi pecho, para así poderlas guardar en ese cofre que todas tenemos bien escondido en lo más profundo de nuestro ser, para que así escondidas, no nos humillen ni nos duelan. Para así poder seguir la vida con tranquilidad, entusiasmo y sobre todo con dignidad. Poder resistir y no dejarnos intimidar ni humillar por la cultura y los roles patriarcales que organizan en nuestra sociedad el “estar vieja”.

Esa cultura que a viva voz y escandaloso tono nos advierte que ya cumplimos con nuestro rol de mujer y que ahora solo nos queda aceptar pacíficamente y sin protestar los nuevos roles patriarcales asignados para nosotras. Esa cultura que a viva voz nos aplasta diciendo que ya terminamos con nuestra función de objetos sexuales y de reproductoras de la especie y que debemos echarnos a un lado. Pues ya no “servimos” como estereotipo sexual y no estimulamos a los hombres de la misma manera. Que nuestros senos están caídos, que nuestras carnes están sueltas. Ahora solo nos queda ser la doméstica, cuidar a los nietos y a ser aún más obedientes.

Somos invisibles en el mundo del trabajo, en la noticia, en la cultura. Las caras públicas tienen 25 años. Somos las que no tenemos un rol social, excepto el de cuidar a los nietos o al marido, o peor aún el de languidecer en soledad y en silencio hasta morir. Somos la cara de lo que en este mundo machista todos queremos olvidar, la vejez. En general, el hombre pretende seguir como si tuviera 20 años asediando mujeres jóvenes y comportándose con suma prepotencia.

Más aun, parece existir un acuerdo socio cultural por el cual los hombres sufren miopía colectiva y no se ven envejecer, se toleran y se acompañan unos a otros en esa mentira cultural. Quizás más, la participación del hombre y de las mujeres más jóvenes en esa estupidez colectiva de actuar como si fueran adolescentes, es socialmente esperada y aceptada.

Mientras, para las mujeres no hay de otra, llegamos a los 66 años. Y ahora debemos suprimir nuestra sexualidad, nuestra actividad. Ahora somos “viejas”, sin atractivo. Aunque todos sabemos del secreto a voces, que mientras el hombre se pone más viejo y es menos capaz de erotismo, perdiendo así su capacidad de erección, la mujer madura más, se pone mejor….. y vive una larga vida, pero muy pocos hablan de esto.

El patriarcado está sustentado por muchos mitos sobre la potencia del hombre, la eterna juventud y la virilidad, y sobre todo por su contraparte, el mito de que la mujer pierde su atractivo y erotismo. Estos mitos, que al fin de cuentas comprometen dolorosamente al hombre, con trampas que lo someten a falsas y ridículas expectativas, subyugan a la mujer sometiéndola a una humillación pública y cruel.

Mitos que someten al hombre a vivir en una fantasía y apariencia estúpida e irreal y someten a la mujer a una objetivación y desvalorización distinta a la que estaba sometida cuando joven. Cuando joven, la mujer es primordialmente el objeto sexual de placer y la mujer mayor aún sigue siendo objetivada pero esta vez como asexual, como reflejo desagradable de lo que es no bello, de lo que es no ser joven y por lo tanto no útil al hombre ni a la sociedad.

Aún más, la mujer mayor se convierte en el espejo de lo que el hombre quiere no ver, su propia vejez. La crueldad con la que la mujer mayor es tratada, es la otra cara de la objetivación del cuerpo de la mujer joven. Ambas son expresiones machistas y reflejo de un sistema opresivo y cruel, el patriarcado.

Por otro lado, los hombres mayores tienen la falsa idea de que la mujer mayor pierde interés sexual. Realmente es una idea ridícula porque es al hombre al que lo biológico le juega una treta imposibilitándole la sexualidad. En general, cuando una mujer pierde interés sexual es provocado por la insatisfacción con su pareja. Si el hombre pudiera sostener con su pareja una conversación madura y honesta, se enteraría de muchas cosas. Pero le es más fácil culpar a la mujer.

Estas formas de relacionarse con la mujer mayor crean, además de un contexto de desvalorización y rechazo, una soledad personal e intelectual aterradora. Si vives, a determinados niveles de relación familiar, las actividades tienden a nuclearse en tus roles de madre, abuela, esposa. Sabemos que hay que aceptar las condiciones que la familia conlleva. Quieras o no, te guste o no. Seas feliz o no.

Otras opciones, quizás sí están presentes, pero no son tan fáciles. Los patrones culturales crean para nosotras un paradigma de vida específico: una vida de gran dependencia económica y emocional en familia; o una vida de parcial independencia en soledad. Quizás hay variantes en los niveles de desarrollo de estas formas de vida, pero ese paradigma es el principal.

Personalmente, escogí la segunda opción. Una vida de parcial independencia en soledad. No vivo en familia aunque mantengo ciertos lazos con mis hijos. Viví con una pareja por cerca de 30 años y llevo 8 años sola, aunque por momentos he intentado construir una relación de pareja. Pero no es fácil. Vivo una seria contradicción existencial, querer una pareja y compartir una vida juntos y, a la vez, querer una independencia emocional y cotidiana.

Foto de Ali Lander-Shindler/ Unsplash

Esta contradicción se hace más compleja porque en el tener pareja y amar se esconde un serio problema, el amor romántico. El amor que es sustentado por valores como: el de la princesa y el príncipe azul, el matrimonio y felicidad por siempre, la lealtad y los celos, los amores eternos y los encantamientos, la madre sacrificada y perfecta. Este “amor” crea unas falsas expectativas de lo perfecto, de lo sublime, escondiendo así formas de vida irreales las cuales en verdad son formas sofisticadas de opresión y desigualdad.

Para finalizar, una nota y una pregunta personal. Siento que como si no fuera ya suficientemente complicado y difícil, el enfrentarse a envejecer con dignidad en este contexto negativo y cruel, vamos además en contra de la corriente machista, planteándome vivir plenamente con independencia y goce.

Quiero vivir una vida apasionada y aventurera.
Quiero vivir una cotidianidad intensa y sensual.
Quiero vivir rodeada de bondad, ternura y placeres.
Quiero también ofrecer compromiso y reciprocidad.
Pero a menudo me pregunto si es posible…

¿Podríamos vivir en relación de pareja deseando “amar”, sabiendo realmente las implicaciones de ese “amor” y en este contexto cultural, especialmente para las que vamos envejeciendo?

¿Será posible construir, en esta sociedad patriarcal, una relación de amor y cotidianidad basada en la igualdad, la bondad y la ternura? Esa ha sido mi pregunta sentimental y metodológica a través de toda mi vida. Ese ha sido mi cuestionamiento y filosofía de vida, cuando joven y ahora en mis 66 años.

Así que aquí vamos, ¿qué les parece? ¿Será posible?

Author Profile

Ada Ivonne Vázquez
Ada Ivonne Vázquez
Ada Ivonne Vázquez es psicóloga. Nació en Puerto Rico y vivió por más de 25 años en Estados Unidos. En South West University, New Orleans, realizó sus estudios doctorales y en el Instituto de Psicoterapia y Normalización de Crisis, New York, sus estudios de post grado.

Ejerció su profesión como docente por más 10 años, además de mantener una práctica clínica por más de 15 años. Su área de especialización e investigación son los temas de género, particularmente la violencia contra las niñas y las mujeres.

De hecho, su tesis doctoral estuvo enfocada en el tema y se tituló "La terapia social como una efectiva metodología para prevenir la violencia familiar".

Además de su trabajo como feminista, le dedicó esfuerzos al trabajo comunitario en las comunidades afro-americanas y latinas en NYC, participando en esfuerzos organizativos relacionados con la garantía de los derechos democráticos de las comunidades pobres en la política de esa ciudad.

Actualmente reside en Ballenita, Santa Elena (Ecuador), donde se ha dedicado principalmente a la escritura literaria y al trabajo voluntario en organizaciones comunales y feministas.

Correo electrónico: ivonne100@aol.com

2 pensamientos sobre “Cuando nos ponemos “viejas”

  1. Me ha emocionado la claridad con que expresa sus sentimientos . Me siento totalmente reflejada y si ser mujer de 66 años es pensar a si bendito sea

  2. Buenísimo tu artículo Ivonne. Llevaba algún tiempo buscando artículos, post o libros sobre la edad en la mujer y los condicionamientos a los que le somete la sociedad machista.

    Como mujer que soy, lógicamente me interesa este tema, y no había encontrado hasta ahora nada que mereciera realmente la pena.

    Por casualidad, encontré éste, y me ha encantado lo bien que describe la situación de las mujeres a medida que vamos cumpliendo años, en paralelo a la falta de realismo , de los hombres, que alcanzan una edad.

    Muchísimas gracias, Ivonne!

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